“Un año y vámonos”

Soy Juan Pablo Martín del Campo Cueva y soy originario de Irapuato, Guanajuato. Soy el tercero de tres hijos.

Cuando estaba pequeño y hasta la fecha, siempre me han gustado las cosas religiosas y me interesaba por conocer el actuar de Dios. Mi hermano Raúl entró al seminario y cada vez que lo visitaba, me llenaba de emoción y sentía mucha paz y alegría al ver a todos esos adolescentes y jóvenes contentos y llenos de ilusión. Desde ese momento, surgió en mi un fuerte deseo de entrar a ese lugar costase lo que costase.

Tiempo después un sacerdote legionario visitó mi salón y nos lanzó una invitación para conocer el seminario, con el fin de conocer de cerca el estilo de vida de estos jóvenes. Yo estaba súper emocionado por entrar, ya no aguantaba las ganas, pero solo me faltaba una cosa: pedirle permiso a mis papás; llegué a mi casa e inmediatamente fui con ellos y les platiqué de la idea, a ellos como que no les gustó mucho y me dijeron que lo tendrían que pensar. A decir verdad, esto me entristeció un poco pero pensaba: “probablemente vean que ir al seminario me servirá demasiado esté donde esté y así me dejarán ir”. Todos los días, al llegar del colegio les preguntaba que si ya habían tomado una decisión, al final, por tanta insistencia me dijeron que sí,  pero hasta que tuviera mayor capacidad de tomar mis propias decisiones. Tenía 10 años,  era evidente para mis papás que no estaba listo todavía, el tiempo y las circunstancias hicieron que me enfriara en mi decisión.

Un año después, recordando este período pensaba que hubiera sido muy tonto de mi parte si me hubiese ido al seminario, para ser cura y desperdiciar así mi vida, entonces ahí fue cuando sentí un agradecimiento a mis padres por no haberme dejado ir. En realidad lo que me pasaba es que estaba obsesionado por tener una novia súper bonita, por ir a todas  las fiestas que pudiese, de hacer planes para cuando estuviera más grande, de comprarme un coche con mis propios méritos, y bueno, según yo, ya tenía “toda mi vida planeada”. En ese momento, que me estaba acordando que yo quería ser padrecito, yo estaba en el patio del colegio pues estábamos en receso y la madre Alicia me llamó y me dijo que ya se había enterado que yo le estaba “tirando los perros” a una niña más grande que yo y su mamá se había quejado con la madre. Esto en verdad era una mentirota porque ni siquiera le hablaba mucho a la niña y en mi interior estaba un poco enojado y pensé que sería mejor que me alejara un añito de todo esto y entrara al seminario, total, terminaría saliendo poco tiempo después pues era la época de los XV´s y del pasarla bien con los amigos.

Yo ya estaba decidido a irme para segundo de secundaria y salirme al año siguiente, esto se lo conté a todos mis amigos y conocidos y finalmente se lo conté a mis papás para que me dieran permiso y como vieron mi insistencia optaron por dejarme ir.  Y se llegó el día, me despedí de todos con una particular alegría, sin saber que estaba por comenzar la mejor aventura de mi vida y sin conocer siquiera un poquito todo lo que Dios me iba regalar.

Ya son 3 años y medio y el “un añito y nos vamos” se ha vuelto una experiencia maravillosa de encuentro con Jesús que no cambio por nada en el mundo. Después de estos años de formación y discernimiento puedo decir que no hay que tener miedo a que Dios toque la puerta de tu vida. Cristo llama a quien Él quiere,  y puede llamar en diversos momentos de la vida y de muchas formas. A mi me llamó en mi adolescencia y no siento haber desperdiciado los mejores años de mi vida, porque Cristo me ha dado todo lo que yo necesitaba. Todavía no se si Cristo me pide que sea sacerdote, pero estoy abierto a lo que Dios me pida en este momento. Cristo no solo vale la pena, vale la vida entera.

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