FAQs – Preguntas frecuentes

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Acerca de la Vocación

¿Qué es esto que siento? ¿Y si es…Dios? ¿Cómo puedo saberlo…?
Son las típicas preguntas que se hace todo joven con inquietud vocacional. Hablar de vocación muchas veces no es fácil y menos si tú eres el que siente esa atracción vocacional. Es necesario conocer un poco más del tema y lo que implica. Conocer bien lo que sucede en el corazón siempre da paz y confianza. Y conocer información con quien puede darla, va resultando en certezas de vida.

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Es el discernimiento espiritual que pretende descubrir cuál es el estado de vida al que Dios te llama: matrimonio, laico célibe o consagración/sacerdocio.

El discernimiento por parte de la persona se realiza desde la conciencia y la oración, contando para ello de la ayuda de responsables eclesiales para reconocer los signos de la presencia de Dios en tu alma y las aptitudes que posees para responder a la llamada.

Además, está el discernimiento por parte de la Iglesia quien busca tener certeza de si hay un llamado auténtico, las motivaciones e intenciones válidas y la idoneidad.

Es un proceso sereno, confiado y exigente que ayuda a tener certezas sobre la propia misión para la que Dios te creó.

Muchas veces pensamos que iniciar un proceso de discernimiento vocacional al sacerdocio me llevará a ser sacerdote tarde o temprano… Y la realidad es que no. Hay que considerar lo siguiente.

Primero, hay que diferenciar que una cosa es una inquietud vocacional al sacerdocio y otra cosa es una vocación auténtica al sacerdocio o vida consagrada. No todo el joven que tenga inquietud vocacional tiene una vocación auténtica pero sí todo el que está confirmado por la Iglesia como vocación auténtica tuvo en algún momento una inquietud vocacional. No sólo es necesario “pensar y querer” ser sacerdote, sino también “poder” serlo… Y para saber si una inquietud vocacional se concreta en una vocación auténtica es necesario el discernimiento vocacional.

Segundo, debemos tener bien claro que el discernimiento es gradual, es decir, se va dando a “pequeños pasos” y no de “un salto olímpico desde el inicio”. El Señor nos va iluminando el camino y los pasos con serenidad y paciencia. Nos va preparando el alma para que cuando Él muestre sus signos de llamado entonces seamos capaces de dar los pasos de crecimiento en la generosidad. Por eso, el “marco general” del discernimiento es ver si la Voluntad de Dios es que sea sacerdote, pero esa certeza moral se va concretando cuando vamos discerniendo los pequeños pasos que Dios quizás nos invita a dar: aceptar la inquietud vocacional, estar dispuesto a ser generoso a lo que Dios me pida, pedir ayuda vocacional a un sacerdote, asistir a convivencias vocacionales, buscar si hay signos vocacionales en mi vida y mi alma, vivir un período de tiempo en el seminario, vivir en vida de gracia y de servicio, coherencia cristiana, etc.

A Abraham, Dios no le mostró el “plan completo” desde el inicio sino a “pequeños pasos”: sal de tu tierra, ve a Jarán, ve a Egipto, confía en mi Alianza… Y es así que la libertad de nuestro Padre en la fe siempre eligió la Voluntad de Dios que le hacía pleno y le invitaba a una vida con Él. Por todo esto, ten mucha paciencia contigo mismo que Dios sí te hablará al corazón para mostrarte su Voluntad, y te hablará de la manera que tú entiendas. Sólo basta caminar a su paso, confiar en Él y estar atento a su Voz.

Es una inquietud auténtica cuando está motivada por una madura actitud de disponibilidad a seguir a Cristo, de hacer la voluntad de Dios en nuestra vida, cuando hay un deseo de trascendencia que el mundo no colma, cuando tengo una felicidad al servir a los demás…

La mejor forma para discernir la vocación es a través de un director espiritual o un orientador vocacional, quien pueda conocer bien al joven y analizar sus cualidades, sus motivaciones y ver a la luz del Espíritu Santo si existe un llamado por parte de Dios.

El llamado: éste viene de Dios desde antes de nacer; es la misión para la cual nos creó. Suele manifestarse a través de una marcada sensibilidad espiritual, un creciente interés por las cosas del Señor, la oración los sacramentos. También una sensibilidad humana, sentir una predisposición a ayudar a los demás, una preocupación por las necesidades de los demás. Todo esto lleva a hacerse la pregunta sobre el sentido de la propia vida de cara a Dios. Hay muchos signos en la vida, circunstancias, coincidencias, un libro que has leído, una experiencia fuerte, una frase leída que conmueve, una pregunta que te hicieron… signos que tomados singularmente no te pueden decir mucho, pero que contemplados en su totalidad te pueden mostrar el camino que Dios te está mostrando.

La idoneidad: el joven debe contar con las cualidades humanas necesarias para realizar las tareas propias del sacerdocio. Cualidades físicas: la Iglesia considera que sólo pueden desarrollar el ministerio sacerdotal de manera congruente aquellos candidatos que gocen de un desarrollo físico adecuado y una salud actual suficientemente buena. Cualidades psíquicas: el Código de Derecho Canónico (Can. 1041) dice que “son irregulares para recibir órdenes quienes padecen alguna forma de amencia u otra enfermedad psíquica que incapacite al candidato para desempeñar rectamente el ministerio”, sin especificar ninguna patología y dejando campo abierto a los avances de las ciencias humanas y remitiéndose al perito para que él de su parecer. Cualidades intelectuales: la inteligencia permite al hombre acceder a la realidad tal y como es. Sólo aquel que tiene un desarrollo de estas capacidades proporcional a la tarea que pretende realizar podrá acceder, primero al seminario, y después a las órdenes sagradas. Cualidades humanas: es necesaria la madurez afectiva y volitiva, la capacidad para relacionarse con los demás, la capacidad de sacrificio, etc.

La generosidad: es la disponibilidad al todo, sin reservas, que es consecuente con un deseo o a una pregunta sobre el poder entregarse totalmente. El hombre que tiene un corazón abierto al todo será siempre recompensado por Dios.

Si te estás preguntando en cuál seminario o noviciado seguir la voluntad de Dios es muy útil conocer las realidades eclesiales que hay en tu ciudad o país. Es recomendable visitar el seminario de tu diócesis, conocer la vida consagrada y los carismas de las distintas Congregaciones a las que te sientes atraído. Esto te ayudará en tu discernimiento, porque Dios te irá iluminando el camino. Es necesario reconocer que se trata de dos estilos sacerdotales diferentes (CDC 573).

El sacerdote diocesano vive y preside una parroquia a él confiada; ejerce la cura pastoral de la comunidad que le está encomendada bajo la autoridad del Obispo diocesano en cuyo ministerio de Cristo ha sido llamado a participar, para que en esa misma comunidad cumpla las funciones de enseñar, santificar y regir, con la cooperación también de otros presbíteros o diáconos, y con la ayuda de fieles laicos (CDC 607 §2). Se dedica totalmente a cuidar el pueblo de Dios como ministro encargado del servicio parroquial y pastoral (CDC 519). Su formación es la requerida para tal ministerio, viven la pobreza pero no con voto como los religiosos, la mayoría viven solos pero si hay parroquias cercanas pueden vivir en una comunidad sacerdotal. Su acción ministerial es en la diócesis a la que pertenece.

El sacerdote religioso vive en comunidad bajo la regla propia por lo que la vida fraterna es esencial; se entrega al cuidado de las almas según la misión específica y el carisma de su Instituto. Esto último del carisma es muy importante en el discernimiento pues cada realidad carismática requiere un perfil humano, cualidades, precisa no tener ciertos impedimentos propios y la idoneidad para realizar tal misión a plenitud. Con la profesión de los consejos evangélicos -de pobreza, castidad y obediencia- se dedica totalmente a Dios para la edificación la Iglesia con su obra y su testimonio (CDC 573). Generalmente el tiempo de formación es más amplio que el sacerdote diocesano y tienen un carácter misionero al poder ser trasladados a los países donde la congregación esté presente. Es importante saber que dentro de este estilo de vida hay dos matices a tener en cuenta: hay religiosos de vida contemplativa y religiosos de vida activa. Los primeros se dedican más a la vida de oración, generalmente están en un claustro, son intercesores con su vida de piedad por toda la Iglesia. Los segundos se dedican a obras apostólicas como hogares para ancianos o niños, hospitales, colegios y universidades, misiones, etc. Hay otro estilo de vida sacerdotal.

El sacerdote que pertenece a una Sociedad de Vida Apostólica, normalmente, se incardina en la misma sociedad (CDC 731 y 736). Vive en comunidad y buscan el fin proprio de la sociedad a que pertenecen, aunque no tengan votos religiosos.

Todas las congregaciones religiosas, en virtud de su carisma y misión en la Iglesia, requieren en los jóvenes ciertas cualidades o la capacidad para adquirirlas durante la formación. Siempre se necesita una base humana donde empezar a cimentar. La falta de ella es signo que tu lugar no es en tal congregación. Las Constituciones delinean bien lo que se necesita para iniciar el proceso de discernimiento. Del mismo modo, hay también impedimentos, señalados por el Derecho Universal y el Derecho propio, que indican con certeza que un joven no puede iniciar un proceso vocacional o ingresar en alguna congregación. Es bueno que conozcas cuáles son los requisitos e impedimentos de la congregación a la que te sientes atraído para ir caminando hacia una certeza vocacional. En nuestro caso, es importante (aunque no absoluto) conocer y experimentar el Movimiento Regnum Christi pues será el ámbito ministerial donde muy probablemente los Legionarios estaremos trabajando en la vida. El promotor vocacional te ayudará a constatar la presencia o ausencia de estos elementos para iniciar un proceso vocacional en la Legión.

El criterio esencial para entrar al seminario no es la edad sino la disposición del alma que con la madurez suficiente impulsa a dar el paso que Dios pide, ayudado del director espiritual considerando todo el entorno de cada joven. No se puede generalizar diciendo que todos deberían entrar a una cierta edad: ciertamente cuanto más madura es una persona, tanto más estará lista para dar un paso definitivo en su vida hacia la santidad y la entrega total a las exigencias del Evangelio. En la historia de la Iglesia tenemos santos Sacerdotes que han sido llamados a temprana edad, por ejemplo San Carlos Borromeo, y otros que entraron al seminario después de haber concluido una carrera civil, como por ejemplo San Agustín. La mejor edad, en definitiva, es la que tienes cuando Dios te llama. Jesús en el Evangelio nos demuestra que llama a seguirlo a apóstoles de edades diferentes, como el dueño que llama a horas diferentes los obreros a trabajar a su viña (Mt 20,1-16).

Una vez que se va conociendo si Dios te llama a un estilo de vida sacerdotal diocesano, religioso o de asociación de vida apostólica, entonces el paso siguiente es más fácil pues debes recurrir al promotor vocacional de ese estilo de vida. Esta persona te ayudará a conocer el seminario y todo lo que conlleva: proceso de acompañamiento, convivencias vocacionales, actividades para conocer más la vida del seminario, etc. Lo más importante es conocer a qué estilo de vida sacerdotal es a la que Dios te invita.

El director espiritual es un hermano mayor en la fe que ya ha recorrido un camino y está en posibilidad de ayudar a otros en el seguimiento de Cristo y a descubrir su Voluntad. Ayuda a crecer en la fe, la oración y las virtudes cristianas, a corregir defectos, a auto conocerte mejor, abre panoramas espirituales, enseña a discernir, acompaña en las situaciones difíciles y alegres de la vida.

Si tus padres no te apoyan o quieren que esperes, sería bueno que les preguntaras el por qué. Puede haber una o muchas razones detrás de su negativa: tal vez ellos vean algo que tú no alcanzas a percibir, o piensen que tu decisión no ha sido madurada, o simplemente los has tomado por sorpresa; quizás no conocen bien al grupo al que tú quieres pertenecer…. o, en último caso, tienen dificultades con su fe para aceptar tu vocación… Sea cual fuere el motivo lo mejor es hablarlo con ellos, descubrir el problema y tratar de solucionarlo. Lo que puedas hacer concretamente dependerá de esto. Finalmente hay una cosa que sí puedes hacer en definitiva: ¡orar! Orar por la claridad, la caridad y generosidad de tu parte, y pedir lo mismo para tus padres.

Si ya la decisión de un hijo a ingresar al seminario es difícil a veces para los padres, el que sea un hijo menor puede costar mucho más. Surgen al instante muchas interrogantes: ¿no es muy joven e inmaduro? ¿no es mejor que quede con nosotros en familia? ¿no es mejor que experimente el noviazgo?, entre varias más. Volvemos al principio teológico de toda vocación: Dios nos quiere felices y por ello nos crea con una misión-vocación que al cumplirla nos da esa plenitud de vida que buscamos. Por ello, los padres cristianos deben mirarlo con fe y generosidad. El ingreso a un seminario menor no significa dejar de ver a su hijo ni estar al margen de su formación integral. Por el contrario, el seminario menor es un lugar adecuado para ayudar a discernir si esa incipiente atracción a la vida sacerdotal es auténtica y además cuenta con las herramientas necesarias para la maduración de la misma siempre en colaboración responsable de los padres. Los años que un joven viva en un seminario menor, si los ha vivido responsablemente, nunca son en balde.

Es humanamente legítimo y se desprende del miedo de Dios. El miedo surge de una concepción equivocada del concepto de felicidad, ligada a la que se hace en el mundo: dinero, éxito, reconocimiento, satisfacciones sensuales. Pero el Cura de Ars nos respondería: “La única felicidad en este mundo es amar al Señor y saber que Él nos ama”. Dios es “el inventor de la felicidad” y nadie mejor que Él sabe qué es lo que nos hará feliz. Todo llamado se abre a la alegría. El cristiano es el único en poder vivir a la vez la alegría y la cruz. Pero la felicidad, la alegría ofrecida al cristiano en la respuesta a su llamado, no es una felicidad “banalmente humana” y basada exclusivamente en la afectividad. Dios evidentemente no rehúsa al hombre las sanas alegrías naturales. Por el contrario, únicamente el hombre capaz del gozo natural puede gustar de la alegría espiritual. Es verdad que, en el marco de un llamado, los renunciamientos son muchos, pero están ahí para descubrir un gozo inexpresable, que emana de aquello a lo que se renuncia por amor a Cristo. En la medida en que esta vocación es auténtica, el Señor colma más allá de toda medida a aquellos que dejaron todo por seguirlo.

Cuando se responde al llamado divino y se considera que el Señor “lleva las riendas” de nuestra vida, es verdad que no se hace lo que se quiere, lo cual no quiere decir que hemos perdido la libertad de pensamiento o de acción. En las cosas humanas ponemos libertad en relación con nuestra independencia, pero es en la dependencia de Dios donde se asienta la verdadera libertad. Esta no consiste en hacer lo que se quiere, cuando se quiere. La verdadera libertad es la que consiste en un sí permanente a Dios, quizá a través de ciertas personas o ciertos sitios de vida. La libertad es lo único que Dios “no nos puede tocar” pues no nos quiere robots sino amigos. Él quiere que le amemos en la libertad y la generosidad, al contemplar su gran amor por nosotros.

Equivocarse es de humanos. Por ello es muy importante estar acompañados y pedir ayuda a la Iglesia para un buen discernimiento. No obstante, jamás tendremos todas las seguridades humanas que nos garanticen que el camino que consideramos tomar es el mejor para nosotros. Siempre entra en juego la fe. Evidentemente no tenemos que lanzarnos a cuerpo descubierto, de manera apasionada, en la primera dirección que se nos ofrece, pero tampoco hay que prestar atención a este miedo que nos mantiene durante años en la duda y en la pusilanimidad. Tengamos confianza en Dios. En la medida en que estamos en verdad ante Él, deseando realmente descubrir su voluntad de amor sobre nuestra vida, no permitirá que tomemos el camino equivocado.

Al responder a un llamado, tememos frecuentemente tener carencias, en ámbitos muy diversos: miedo de carecer de tiempo disponible, de dinero, de distracciones, etc. Hay miedos más profundos también, de carecer de afectos, de ternura, etc. Podemos temer la carencia, ya sea en relación con lo que teníamos antes de “dar el paso”, o en relación a lo que estimaríamos tener derecho tras haber respondido al llamado. Pero progresivamente nos damos cuenta de que esas carencias se han vuelto accesorias. Dios conoce nuestras verdaderas necesidades y siempre las colma. Es el ciento por uno en esta vida y la felicidad eterna que promete a quien le sigue con alegría y confianza.

Este miedo es ligado a nuestra imaginación que nos hace anticipa, deformándolas, eventuales pruebas futuras. Lo que vivimos en el momento presente siempre puede ser asumido. Dios quiere enseñarnos a vivir día con día, a nosotros que estamos muy a menudo enterrados en el pasado o en el futuro. El imaginar el futuro como prueba y cruz puede llegar a ser una montaña infranqueable para nosotros. El miedo no nos hace tomar en cuenta la gracia que se nos dará en cada momento para superar las pruebas futuras. No tengamos miedo de que Dios exija demasiado de nosotros, aún si desea que le entreguemos enteramente nuestra vida. No permitirá jamás que vivamos hechos más allá de nuestras fuerzas. Dicho de otra forma: no nos pide nada de lo que no nos haya hecho capaces por su gracia.

El sacerdote está llamado a vivir en castidad pues sigue a Cristo que pobre, obediente y casto se entregó con alegría a la misión que el Padre le encomendó: la salvación de las almas y el establecimiento del Reino de Dios. La castidad es una virtud que ayuda a amar mejor y a amar más personas sin exclusión de nadie. El sacerdote presta su corazón a Cristo para que las personas experimenten el amor de Dios. La castidad es fuente de plenitud para el sacerdote pues es de todos y para todos. El celibato sacerdotal permite estar disponible para todas las personas con más facilidad.

Que te guste una chica, me parece lo más normal del mundo. Ahora bien, si tú has visto que Dios te podría estar llamando a ser sacerdote, o por lo menos quiere que le des a Él la primera oportunidad, lo más honesto sería que efectivamente lo hicieras y que con tu decisión no vayas a hacer sufrir innecesariamente a alguna chica. Por ello, quizás convenga que participes en las experiencias vocacionales que ayudarán a clarificar todo esto. Si ahí percibes la voz del Señor con mayor claridad, entonces habrá que profundizar por este lado. Si Dios, en cambio, te llamara al matrimonio, podrías empezar un noviazgo cristiano. No te recomiendo, sin embargo, que estés “coqueteando” con Dios y con alguna chica, sobre todo cuando ves con más claridad un posible llamado al sacerdocio. Hay que muy leal y focalizarse en el discernimiento para saber mejor el camino vocacional. Finalmente, podría afirmar que un joven que no desee la paternidad física no da garantías vocacionales al sacerdocio pues si no deseara la paternidad física, ¿cómo podría desear la paternidad espiritual del sacerdote?

En términos generales, de ninguna manera. Los pecados son una imperfecta correspondencia al amor de Dios que te ama hasta el extremo. Por la concupiscencia tenderemos al pecado toda nuestra vida. La vocación es algo muy distinto. En el proceso vocacional Dios nos invita a un mayor amor y eso implica la vida de gracia para que Él viva en nosotros. Cuanto más estemos en comunión con Dios, más fácil será el discernimiento y descubrir para qué Dios te ha creado. Cosa aparte es que en el discernimiento vocacional constates que cierto pecado te imposibilitaría vivir la vida sacerdotal, entonces podría ser signo que no es tu vocación.

No existe una “receta vocacional” específica pero sí algunos consejos que pueden ayudarte. Primero, confianza pues Dios quiere que seas feliz. Segundo, querer afrontar con valentía y serenidad la inquietud vocacional sabiendo que Dios siempre premia la generosidad. Tercero, contactar a un promotor vocacional que te ayude a discernir el estilo sacerdotal al que podrías ser llamado y por consiguiente el lugar concreto. Cuarto, decidirte a vivir una vida de oración, una vida de gracia y el servicio en el apostolado. Dicen que hay dos días importantes en nuestra vida: el día que nacemos y el día que sabemos para qué hemos nacido, en definitiva, saber cuál es nuestra vocación. ¡Te conviene saber para qué te ha creado Dios!

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