Dirigiéndose a los ordenados el Cardenal les dijo que su vocación “es un don para los demás: para la Iglesia, para la salvación del mundo”.
Y también les señaló: “Queridísimos jóvenes, hoy alcanzáis la meta de vuestra vocación. Una meta imposible para los esfuerzos y las fatigas humanas, aunque éstas se requieran y en modo perseverante. […]
Para vosotros ha sido una decisión que habéis madurado durante muchos años delante de Dios y de vuestra conciencia, ayudados por el consejo de vuestros superiores; en la oración asidua, para tener la luz necesaria y el conforto de la fuerza del Espíritu Santo”.