Señor, que se haga tu voluntad, no la mía, y si tu voluntad es que yo sea sacerdote, aquí estoy”

Esto fue lo que me dijo mi director espiritual cuando le dije que quería ser sacerdote, me dijo:

– ¿Cómo?

Le dije: “Sí, quiero entrar al seminario”. Me preguntó: “¿Y tú crees que Dios quiera eso de ti?”

Le contesté: “Pater, el jueves pasado en la hora eucarística los dos que dieron las reflexiones hablaron sobre qué era lo que Dios quería de cada uno de nosotros, y pues me puse de rodillas para reflexionar y escuché, igual como tú me estás escuchando, una voz que me dijo: Sé Sacerdote”. Me di la vuelta y no vi a nadie, entonces me asusté y me senté, pasaron como dos minutos y me volví a poner de rodillas y volví a escuchar la misma voz que me dijo lo mismo: Sé Sacerdote. Pero no era una orden era como si te dijeran: ándale, anímate, se sacerdote. Y no fue una voz que conociera, era una voz súper bonita, súper dulce y tranquila. Entonces entendí que quizás eso es lo que Dios quiere de mí. Luego le dije a mi mamá y pensó que era broma, se empezó a reír. Luego le dije, “en serio yo quiero entrar al seminario”, me miró, empezó a llorar y me dijo, “yo te apoyo, si tú quieres, yo también quiero”.

El padre se me quedó viendo y me dijo:” Todos los días cuando te levantes di: Señor que se haga tu voluntad no la mía y si tu voluntad es que yo sea Sacerdote, aquí estoy”.

Luego, me platicó que no iba a entrar de golpe a usar sotana y nada de eso, me dijo que había algo llamado Centro Vocacional o Apostólica y que en México había cinco. Me explicó que el Centro Vocacional es un lugar a donde chavos de secundaria y prepa que sienten que Dios los llama al sacerdocio, conocen la vocación y buscan entenderla. Me preguntó si quería conocer una Apostólica y le dije que sí.

Al día siguiente, sabía que le iba a tener que decir a mi papá, pues no le había dicho por miedo a cómo iba a reaccionar. En la tarde, cuando volvió del trabajo, me mentalicé y le comenté que tenía la intención de ir al seminario. Inicialmente se opuso. Pero al día siguiente, después de platicar más profundamente e insistir en que me parecía que es lo que Dios espera de mí, se me quedó viendo como por quince segundos que se me hicieron eternos, empezó a llorar, y fue algo súper impactante para mí pues nunca había visto llorar a mi papá y me dijo: “Pues si Dios es el que quiere ¿quién soy yo para decirle que no puede verdad?”.  Y así conseguí que mi papá me apoyara.

Un día fue un padre a mi reunión semanal con mi equipo del ECYD y me dijo que quería hablar conmigo. Fuimos afuera de la capilla y me dijo que él trabajaba en la apostólica de León y empezamos a platicar de la vocación:  él me platicó como fue la suya, me enseñó un video de cómo era la vida en la apostólica y ese mismo día después de mi reunión de equipo le dije a mi mamá que viniera toda la familia a recogerme. Ahí les dijo el padre habría una convivencia en la apostólica el siguiente domingo y que podíamos ir. Llegó el domingo y fuimos a León, llegamos a la apostólica y participamos de una misa muy bonita, escuchamos la orquesta de los seminaristas, y después el Padre Joel nos dio un recorrido por la apostólica. Vi a los seminaristas y pues me sorprendió que estuvieran siempre alegres, animados, súper serviciales, que jugaran, bromearan. Me fui muy contento de haber conocido ese lugar.

Dos semanas después me invitaron a conocer la apostólica de Monterrey y fuimos un fin de semana a quedarnos allá con mis abuelos, tíos y primos que viven en esa ciudad, conocí la apostólica y me sorprendió demasiado ver lo mismo que en León: chavos de mi edad súper alegres, activos, deportistas, inquietos como cualquier muchacho, pero sobre todo alegres.

Ese mismo fin de semana me invitaron al cursillo en León y en Monterrey. Yo no sabía lo que era el cursillo. El Padre Joel me explicó que es ir a la apostólica y vivir un mes como los apostólicos (que es como llaman los seminaristas) para descubrir si te gustaría ser uno de ellos. Decidí ir a la apostólica de Monterrey pues ahí tengo más familiares que en León (yo soy de San Luis Potosí).

Fui al cursillo que empezó el 16 de julio y todo fue mejor de lo que yo creía que iba a ser. Durante el cursillo aprendí a rezar, conocí muchos chavos que se hicieron mis amigos de verdad.  Todos buscábamos mejorar como personas, teníamos deporte diario, igual que la misa cotidiana, ser ordenado, íbamos de paseo, etc.

Se acabó el cursillo, vino mi familia de San Luis Potosí. Ellos pensaban que no iba a aguantar vivir un mes como seminarista y creían que iba a decir que no me quería quedar. Cuando les dije que decidí entrar a la apostólica se sorprendieron bastante, lloraron, se alegraron, rezamos todos juntos, nos despedimos y se regresaron a San Luis.

Al principio sí se me hizo muy difícil dejar a mi familia, pero puedo decir con toda tranquilidad que estos años en la apostólica han sido los mejores años de mi vida. Llevo tres años como alumno y las ganas de seguir no se pierden, siempre se hacen más grandes. Cuando tengo la oportunidad de ir a mi casa mi papá me pregunta: “¿Oye, y tú sigues queriendo estar ahí, no se te ha quitado la emoción?”. Y le digo, que sí. Él me pregunta: “¿Por qué? ¿Qué te gusta de ahí?”.  Yo le respondo: “Quiero seguir porque cada vez voy conociendo más a Jesús y voy entendiendo mi vocación, todo me encanta, me encanta que pueda vivir en un lugar tan hermoso, me encanta que todos nos apreciemos, cuidemos, recemos por nosotros, vivir con chavos de mi edad que están interesados en lo mismo que yo y que me ayudan a lograr lo que quiero, me encanta estar tan cerca de Cristo y aunque esté lejos de ustedes siento que siempre están conmigo cuando rezo, cuando juego, cuando hablo de ustedes, y por eso quiero seguir en la apostólica”.

Le agradezco a Dios la oportunidad de seguirlo por este camino, le agradezco la fortaleza, la perseverancia, la alegría y todo lo que me ha regalado en estos últimos tres años de mi vida. Le quiero dar gracias a mi familia por todo lo que hacen por mí, por sus oraciones, por su apoyo, por su amor.

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