Mi historia vocacional

“Dios siempre nos da la gracia para lo que nos pide”. Siempre escuchaba esta frase, pero creo que nunca la había experimentado tan de cerca.

Soy de Teziutlán, un pueblo perdido de Puebla, pero sin duda el mejor lugar del mundo. Estudié en un colegio de monjas y toda mi infancia fue como la de cualquier niño. Desde chico mis papás me infundieron la fe católica. Ahí no hay colegio legionario, ni Regnum Christi. Lo único que hay del Movimiento son las Megamisiones. En mis tres años de prepa fui de misiones. Terminando prepa, me fui a vivir a Puebla para estudiar mi carrera. Empecé a ir a la sección, a meterme a más apostolados y en octubre de 2010 me incorporé al Regnum Christi.

A cada paso que daba, Dios me pedía dar otro. Iba cada año de misiones y cada vez Dios me pedía más compromiso; un “sí” apostólico, pero también personal: coherencia de vida, convicciones.

En 2013, después de una intensa adoración nocturna de Jueves Santo en Misiones, Jesús me invitaba a dar más, a dar un año de mi vida como colaborador y ahí mismo le dije: “Sí”. Estaba a la mitad de mi carrera. ¿Por qué no acabarla y ya me voy? No, los tiempos de Dios son perfectos. Le dije al padre e iniciamos todo el proceso. Si era la voluntad de Dios, todo se iba a dar. Me dieron permiso mis papás. En la universidad me dejaron no estudiar un año y así comenzó uno de los mejores años de mi vida. Mi destino…: Saltillo. ¿Qué es esto? ¿Dónde está? Yo también pensaba eso, lo único que sabía es que estaba inseguro, pero ahora puedo decir que es el mejor destino que puede existir. Fue un año increíble, experiencias para toda la vida, pero principalmente una unión íntima con Dios, una relación más de amigos. Mayor compromiso en mi vida de oración y de Reino. Pero hasta ahí, no más entregas.

Y vaya que nuestros planes no son los de Dios. En diciembre de 2013 durante los Ejercicios Espirituales, Dios me metió la inquietud: “Quiero algo más”. Y yo me respondía: “No, no se puede. No hay forma. En Puebla está mi novia, mi carrera, mis amigos. Perdón, Señor, pero no puedo”. Hablé con mi director espiritual, y le dije: “Padre, me pasa esto. Veo una luz en mí que dice: ‘vocación’. Pero, no hay forma; yo voy a regresar, tengo una vida por delante, un futuro”. Me dejó varias tareas, y yo veía claramente que Dios me hacía infinitamente feliz sirviéndolo sólo a Él, pero cerré por completo mi corazón a la idea.

Regresé a mi casa, a terminar la universidad, a seguir con mi novia y otra vez: mis planes y no los de Dios. La inquietud seguía, pero, según yo, la tenía bajo control. Estaba muy comprometido en el Movimiento y en mi apostolado; no faltaba a la Hora Eucarística, pero no tenía dirección espiritual, por miedo a que saliera algo. Estaba “muy feliz” siguiendo mi vida.

Terminé mi carrera y me fui a vivir a la Ciudad de México para empezar a trabajar y todo parecía que era lo mejor. Me empezó a ir muy bien en mi trabajo, me compré mi coche, vivía con mi hermana y todo indicaba que la inquietud estaba estancada. Pero en mi corazón había algo. Conforme iba pasando el tiempo, era muy feliz pero me faltaba algo. Lo material y las buenas experiencias no me llenaban. Mi vida de Reino bajó un 90%. Ya no iba a la sección, no tenía apostolado más que misiones, iba muy poco a la Hora Eucarística. Pero, como siempre, Dios presente. En septiembre de 2016 me habló el Padre de Puebla y me invitó a un triduo de renovación. No podía llegar mejor invitación en el mejor momento. Lo necesitaba. No lo dudé y me fui. En ese triduo me di cuenta que el vacío tan inmenso que sentía era por el miedo a aceptar la voluntad de Dios, por miedo a ponerle nombre a esa inquietud…: “vocación”. Pero Dios nunca nos va a obligar a nada, yo podía seguir dándole largas a la inquietud, pero después del triduo era muy evidente lo que pasaba: ya no había paz en mi corazón, tenía que hacer algo. Y después de 3 años de no hablarlo con nadie, hablé con el P. Sergio que estaba de promotor vocacional en Puebla. Fue un momento en donde, después de hablar durante muchas horas, sentí una paz inmensa. Dios me quitaba toneladas que venía cargando. Y puedo decir que ahí, en ese momento, empecé a vivir la aventura de mi vida.

Vine a escondidas de mi familia a una convivencia en el Noviciado y desde ahí confirmé que era aquí donde Dios me quería. Después hablé con mis papás y con mi hermana y, a pesar de lo mucho que les impactó y que todavía les cuesta, me han apoyado incondicionalmente. Ya no iba solo en este camino, ya no tenía que esconderme para leer mis libros vocacionales: mi familia se subía al barco conmigo. Vine de misiones con los novicios y, después de esa Semana Santa, decidí entrar al candidatado. No fueron fáciles esos meses: renunciar en mi trabajo, decirle a mi familia y mis amigos, recibir comentarios buenos y malos. El demonio más presente que nunca en ese tiempo.

Las primeras semanas de candidatado no fueron las más fáciles. Es un cambio completamente de 180°. Lo primero que quieres escuchar es: “No es este tu camino”. Pero Dios se va encargando de hacerte el más feliz y pleno.

Puedo decir que el 26 de agosto de 2017, al recibir mi sotana legionaria, terminó una aventura increíble y comenzó una vida extraordinaria. Ahora estoy en segundo año de noviciado y ha sido la mejor invitación que Dios pudo hacerme.

Vicente Toledo Flores, nLC

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