Jesús es genial. Y lo más padre de todo es que no nos damos cuenta, seguimos por la vida y aun así Él sigue ahí.

¡Hola! Soy Juan Pablo Alarcón Arriaga, originario de Querétaro. La primera vez que pensé en mí vocación fue cuando estábamos saliendo unos amigos y yo del colegio durante la primaria. Recuerdo perfectamente el haber estado en el coche y el tema de conversación que salió era qué queríamos ser de grandes. Tema normal para un niño de nuestra edad. Después de dar varias ideas, había uno que quería ser futbolista, otro quería ser como Indiana Jones o el que decía que un día sería tan famoso como Brad Pitt, etc. Yo no me acuerdo qué dije, pero después de tiempo, la mamá de uno de mis amigos que era la que conducía, preguntó ¿Y quién quisiera ser sacerdote? Nos quedamos callados, pero me puse a pensar. Quién sabe, tal vez Jesús estaba ahí.

El siguiente asomo que dio Jesús fue en misiones de Semana Santa en el 2007, año en que hice mi primera comunión el Jueves Santo (yo creo uno de los días más felices de mi vida). El último día se suele organizar un convivio con la gente del pueblo después de la misa de Pascua. Ese día me tocó ser acólito durante la misa, y después de terminada la misa (que a mi edad me pareció eterna), me fui a guardar unas cosas a la sacristía, que también fungía como capilla del Santísimo. Yo no sabía qué era una visita eucarística, ni los modos de oración; simplemente cumplí mi encargo y se me ocurrió ponerme de rodillas un rato, igual que hacían los padres a veces o como las películas de santos que nos ponían en la clases de formación católica, cosa que se me hacía interesante, pero sólo porque perdíamos clase. No sé si hice oración, ni recuerdo haberle dicho una palabra a Jesús, pero en ese momento me llego una idea: Él, quién sabe cómo me lo dijo, pero yo quería ahora ser padre. Este momento lo recuerdo como si hubieran pasado horas, aunque creo que sólo pasaron unos pocos minutos, quizá segundos; pero fue de lo más impactante en mi vida.

Desde entonces mostré a todo mundo mi deseo de ser “padre”. Se lo decía a mis papás, a los padres, a mis compañeros, etc. Recuerdo que incluso me decían “el padrecito”. Vino un padre promotor de vocaciones al colegio y organizó una convivencia en la apostólica de México, pero creo que se anotaron muy pocos o tal vez yo fui el único, no sé, lo importante es que no se hizo. De todos modos había un padre que sabía lo que yo quería y llamó a algunos padres de León para que fueran a visitarme; gracias a ellos entré a la apostólica.

Cuando entré al cursillo introductorio, yo ya casi había olvidado mi “fervorín” por ser padre, así que me propuse “sobrevivir lo más que pueda y regresar”; cosa que al final no fue así. La experiencia fue tan genial que me quedé sin pensarlo dos veces. Ahí empezaron los mejores años de mi vida.

En segundo de secundaria nos tocó en octubre una salida a casa, fue un fin de semana fenomenal. Una noche, mientras estaba cenando con mis papás, mi mamá me preguntó qué me parecía la idea de irnos a vivir a Cancún. ¡A Cancún! Una playa a la que no había ido, de donde yo no conocía a nadie, a dos mil kilómetros de donde vivía, era una locura. Lo peor fue que así me lo tomé: como un “sería bueno”. En fin, regresé a la apostólica y dos semanas antes de Navidad, mi papá me llama y me dice que en esas vacaciones era la mudanza. No me lo podía creer; yo, que estaba acostumbrado a ver a mis papás y a mis cinco hermanos cada quince días, que me apoyaba en sentirlos cercanos, que sabía que si necesitaba algo los tenía a menos de dos horas de ahí, ahora los tendría, según yo, “mucho más lejanos”. Entonces fue cuando mi papá preguntó: ¿Quieres venir con nosotros, o te quedas en la apostólica? Yo, tengo que admitir que medio indeciso, respondí “me quedo” y nunca me arrepentiré de esa decisión. Durante las vacaciones pasamos Navidad en el coche de camino a Cancún y después de año nuevo, de regreso a la apostólica.

Muchas cosas han sucedido durante mi estancia en el centro vocacional, pero creo que me quedaría con una: Jesús es genial. Cuando parece que quiere quitar, solamente te avisa que te va a dar algo mucho más grande. No me arrepiento de la vida que he tenido, y no creo hacerlo en el futuro a pesar de las dificultades, pues si Jesús enseñó una cosa es a ser feliz y a hacer felices a los demás; ésa es la vocación legionaria. Soy inmensamente feliz siguiendo las huellas de Cristo.

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